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sábado, 20 de agosto de 2011

Julius Evola - Metafísica del Sexo Ebook





La llama del sexo que anida en todo ser humano puede elevarse hacia lo alto, sobre la sordidez de lo físico, o transformarse en un instrumento abrasivo y destructor. Evola, filósofo de la tradición, cuya obra continúa incomprensiblemente sin ser divulgada en España, entendió bien esta naturaleza dual de la existencia y apostó por el sexo como fuente de armonía entre la puribundez de ciertos sectores puritanistas y el genitalismo desordenado de los pornócratas de siempre (1).

El mundo de eros no es nuevo. Echemos un vistazo a la etnología, la historia de los mitos o el folclore, y adivinaremos en seguida la pulsión sexual detrás de muchas de las manifestaciones de los pueblos. Sin embargo, la filosofía de las relaciones intersexuales tiene escasos precedentes. Contrastan las pobres páginas dedicadas por los pensadores al asunto (si exceptuamos a Platón y Schopenhauer) con el aluvión de libros, manuales y recetas sobre las técnicas sexuales más diversas que se exponen ante los impávidos ojos del consumidor moderno. Incluso ha surgido una pseudociencia, la sexología, asentada sobre métodos vulgares de investigación como los conocidos informes americanos. Claro está que este fenómeno no es únicamente el reflejo de un discurso narcisista. La banalización del sexo y el omnipresente papel que protagoniza en nuestra civilización (no sólo en sus ejemplos más procaces de vedettismo hortera, sino también en los amparados por la coartada esteticista) encierra un significado más profundo: son anuncio de una era crepuscular en la que los principios heroicos han sido sustituidos por los instintos del vientre. La sonrisa imbécil de la publicidad y el estruendo de los mass-media explican por sí mismos este estado de cosas. El mundo real es vacuo, los ideales fracasan, y a Evola, consciente de todo esto, le queda la sublime protesta de combatir casi en solitario el pansexualismo freudiano y las nuevas religiones naturalistas de la carne.

El erotismo de este tiempo, nos dirá, se presenta como una excitación difusa y crónica que encuentra sus raíces en el prejuicio darwinista y en la antropología psicoanalítica, y que resulta eficaz para entender el hecho sexual en sus aspectos más groseros, pero que no permite descifrar el conjunto de factores afectivos y morales que, sobrepasando el terreno biológico, integran el amor sexual. Ni el instinto de la reproducción, el impulso genésico o el principio del placer nos facilitan la comprensión de esa magia elemental que empuja al hombre hacia la mujer y viceversa. Los enamorados tienen tan poco en cuenta el hedonismo como la idea aislada de la procreación. Esto no debe inducirnos a juzgar todo ars amandi como depravado y decadente. El debate esencial consiste en comprobar si en la experiencia erótica predomina la dimensión más profunda del alma, quedando subordinado el instinto al fin, o se impone la obsesión libertina del deseo. Por ello el sexo para Evola es ante todo imponderable destino: no se existe más que como hombre o como mujer (sin que sus certeros análisis sobre el andrógino y la homosexualidad supongan contradicción alguna con esta afirmación), y su inevitabilidad es subrayada con una especulación personal traída de las antiguas sabidurías de Oriente (la teoría de la polaridad de los sexos, ying/yang, entre los que se produce un campo de atracción magnética), dualismo que explica tanto el hechizo del amor como lo absurdo de la guerra entre lo masculino y lo femenino. Ambos extremos, viril y telúrico, se complementan y realizan en su propia naturaleza, adquiriendo absoluta plenitud en el dulce abrazo conyugal. Es de este modo, si el amante no goza sólo para sí, y tiene presente la realidad del otro, cuando el sexo ejerce su función auténticamente liberadora.

4 comentarios:

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